DE VUELTA A LA TIERRA – Miguel Núñez
EL PRESAGIO
Patricia Bueno del Río
Volver a la tierra como acción figurada involucra una suerte de ficción se mire desde el punto que se mire. Es legítimo y automático que asociemos a lo que asumimos como extraño cierto cariz del sentido cotidiano de nuestra vida, pues solo de esta forma, conectamos con las ideas, con lo aprehendido y con lo magnífico, el cóctel chispeante que ambicionan las almas sensibles.
En el imaginario de Miguel Núñez ( San Roque, Cádiz, 1991) existe una forma de mirar rotunda e idílica que pasa por el acto de enlazar elementos de entornos distintos y los compone visual e intelectualmente para generar escenas desconcertantes y simbólicas, llenas de poética , en las que se encierran lecturas dispares; todas ellas, en clave natural, instintiva y figurada, lo que lo hace oscilar entre lo inquietante de lo metafísico y un lugar apacible de disfrute, un terreno de acción y evidencia, esto es, usar el mito literario del locus amoenus como realidad inefable.
La idea que subyace por tanto, en su trabajo, deriva de una premisa clara: la libertad, capacidad humana por antonomasia que nos permite actuar por voluntad propia, y que al usarla, convierte su pintura en una creación gustosa e independiente; reflexiva, metódica y significada, otorgándole un fundamento crucial que la sitúa en un plano trascendental y la convierte en una obra psicológica y filosófica que se centra en la esencia y la percepción de la belleza, dejando presente la intencionalidad de hacer referencia a conceptos como la apoteosis y la melancolía.
En las obras que componen la exposición De vuelta a la Tierra hay silencio místico y aparente tendencia a la comprensión del dolor. También hay pensamiento reflexivo, acción de redimensionar la realidad que se plasma, y pulsión. De alguna manera, los temas que trata aluden a ciertos universos figurados que se acercan a una visión existencial, en la que las figuras representadas simbolizan inquietudes, ilusiones y deseos que el autor parece que busca materializar a través de figuras que plantean un enigma que permite constituirse hacia la construcción de cada historia propia.
De este modo, la presencia habitual de esculturas clásicas descontextualizadas que rememoran tiempos pasados, nos hablan de sueños propios que a veces se ven teñidos por la dulzura de la decadencia al presentar en su constitución, sutiles elementos de mutilación y deterioro que simbolizan el paso del tiempo y de la la ausencia, y nos lleva a percibir fenómenos sensoriales como el silencio a través de la visualización, recordándonos a teorías estéticas subversivas como las que se reflejan en los escritos sobre estética el Marqués de Sade, donde se indica que el menoscabo y lo voraz también es belleza. [1]
El trabajo de este artista reconstruye, en definitiva, una escenografía subjetiva en la que la figura humana tiende a convertirse en icono a través del propio arte, ya que aparece representada mediante creaciones que remiten a la intencionalidad de enaltecer.
El uso de colores intensos, vivos y saturados, en contraste con esculturas clásicas fragmentadas, supone una interpretación inquietante que oscila entre lo perturbador y el planteamiento de enigmas impactantes, -aunque funcionan como un oasis visual- y la representación de arquitecturas fuera de contexto refuerzan la idea del transcurrir o divagar por espacios imaginados.
Lo cierto es que cuando en el siglo V a.C la escultura alcanza el máximo auge, se toma al hombre como la nueva medida del universo, idealizándose la representación fidedigna de la naturaleza, y comienza a evitarse, por todos los medios, la tendencia a lo realista de las sensaciones emocionales, poniendo de relieve lo animal, lo visceral. [2] Representar en lo real a través del fingimiento, como ocurre en las escenas que estamos viendo, no es más que una vía inteligente de escape, que exige una mirada comprensiva, consciente y ávida de búsqueda de temas primitivos de los que todos somos participes como son el amor, la religión o la muerte, análogos al desarrollo del homo sapiens desde el nacimiento de su especie, y hasta la actualidad, algo que se refuerza al incluir como motivos de representación – a través de la escultura o pintura cerámica-, hombres acompañados de animales, que se relacionan desde distintos o iguales planos, como una miscelánea relacional intelectualmente elevada, atemporal, falaz, inerte y estática[3], que parece esquivar desde lo fastuoso a lo apocalíptico, como si de un quiebro a un presagio se tratase.
[1] Sade describe que “[…] En lo horrendo, lo grotesco y en lo desconcertante, en lo atrozmente impactante, también puede existir belleza. – poniendo por ejemplo la escultura del Laocoonte-; […]”. Esto se observa en los nimios detalles de deterioro y anclaje de las esculturas que aparecen en la pintura de Núñez, las cuales sitúa en ejes de visión complejos, colocadas en perspectivas que no buscan la idealización.
[2] Es la revolución que anuncia – para el hombre del siglo XXI- Yuval Noah Harari, en su libro “De animales a dioses”.
[3] De animales a dioses: que los Homo Sapiens están actualmente en proceso de convertirse en “dioses”, como consecuencia de su revolución científica y su capacidad de crear vida o de superar las fronteras de la atmósfera del propio Sócrates y el pensamiento